Siempre voy yo después de mí misma. Acontecen los tejados como sucesos de una lista interminable. Placentera.
Autor: Violeta González Alegre
Después de
mi piel desaparece poco a poco
el músculo se vaporiza
y quedo solo Yo
volviéndome
gota de agua
al viento
suave
me recorro
al tacto todo es
inesperadamente
cálido
empaño la ciudad
–
–
y después me despierto
–
en bruma cálida
absoluta
absolutamente dentro
sin contacto con extremidad alguna
siendo río
–
estoy sola, ¿no?
esdrujulo el oído
y agudiza el silencio
–
me están latiendo las entrañas
aún me hormiguean los nervios
Ya no sé si es aire
o es humo
lo que respiro.
Se quema en mis labios el cartón.
He fractalizado mi propio espejismo.
las tres farolas de mi calle
son tres puntos suspensivos
a veces se apaga una
y se vuelven puntos separados
o se cae otro punto
y se convierten en punto y aparte
o bien
en punto y seguido
pero vuelven siempre a ser
tres puntos suspensivos
(suspendidos)
así la noche me resume
la ciudad
y el camino
Solo soy
cuando un reloj
me mira.
Somos esclavos de un tiempo que no existe.
No es propio de ti,
corazón de jilguero.
Siempre te pido que cantes
y siempre cantas
pero ahora necesito que calles
necesito que calles
que quiero escuchar
cómo canta el silencio.
El viejito de la tragaperras
– Otra moneda, vamos. Otra. Otra. Otra. Otra.
Todos los días, ya sean pares o impares, el viejito de la tragaperras del Junco alimenta máquina y monstruo al mismo tiempo.
Todos los días, ya sean pares o impares, la fauna y flora habitual del Junco le observamos expectantes.
Hoy, a 21 de agosto del 2017 a las 12:28, se ha producido un silencio inesperado y una lagrima ha caído por la cara del viejito de la tragaperras. Esa lágrima, casi nuestra, se ha seguido de un estruendo metálico. Se han alineado demencialmente todas las ruletas del mecanismo.
Día feliz, hoy.
– No, no. No necesito que me cambies las monedas, que la máquina no acepta billetes.
Todos los días, ya sean pares o impares, el viejito de la tragaperras del Junco alimenta máquina y monstruo al mismo tiempo.
Todos los días, ya sean pares o impares, la fauna y flora habitual del Junco le observamos expectantes.
Pluma, pluma
eres pluma, pluma
pluma volante y vuela pluma
pluma equilibrista
pero pluma, pluma
pluma, pluma
pluma en pájaros de pétalos de flor
pero pluma de un país desconocido
de pluma libre y libre yo
pluma, quiero verte (siempre)
y pluma, ahora no
pero pluma, siempre pluma
porque pluma tú y pluma yo
Irlanda, cap. 2: el aeropuerto
Hago un par de amigos durante la larga espera: Thomas, un loco escocés que viaja a Bristol a correr detrás de un queso, y Katy, una estudiante de medicina muy británica y bastante descocada. Hablamos de todo, recorremos varias veces el aeropuerto.
Son cinco horas las que se prevén de retraso en nuestro avión a causa del mal tiempo.
Mi inglés es bueno pero es pésima mi paciencia. Corren los minutos a una velocidad muy lenta y decidimos salir más allá del límite de las puertas de embarque (más lejano aún que el mismísimo fin del mundo) para preguntar a la compañía aérea cuál es el protocolo que debemos seguir. Nos dicen que volvamos a la puerta B29 para que nos den unas tarjetas con dinero suficiente para la cena. Yo, capitana del barco, dirijo a mis dos sajones tripulantes hablando, sin saber lo que pasaría después, de grandes cenas, buffets libres con violines de fondo, restaurantes japoneses y comer hasta reventar.
Pasamos de nuevo el check-in y me la juego en el control de cosas ilegales por segunda vez. Puerta de embarque, B29 en Madrid Barajas. La cola más lenta de la historia. Reparten folletos y escuchamos que vamos a poder reclamar por valor de 250 €, que es más de lo que ha costado el viaje completo.
La hora de salida eran las 21:45 y acaba saliendo el avión a las tres de la mañana. Hago un cálculo rápido y me agobio al darme cuenta de que voy a llegar a las 6 a Bristol.
Nos dan las tarjetas prometidas por el valor de nuestra copiosa cena. Resulta que con 4,50 € no nos da ni para un café del establecimiento más barato y después de 1000 leguas de viaje, nos decidimos a acampar en el Starbucks y coger una ensalada, un burrito y un brownie sin gluten para compartir con mis dos secuaces.
Thomas y yo hablamos de muchas cosas y van saliendo expresiones en nuestras lenguas respectivas. Me enseña la lista de términos y frases españolas para recordar y su traducción directa al inglés. Las tres primeras (temazo, empalmado y en bolas) sirven como resumen de las 50 sucesivas.
Vuelvo a mis historias. Leo, escribo.
Nos llaman.
Cansados, reptamos a la puerta de embarque para volar. Ya no tengo miedo. Nos hacemos una foto para el recuerdo y nos damos los teléfonos móviles. Al final ha estado bien. Sí.
Hago el vuelo dormida.
Estoy tranquila porque la luna me mira por la escotilla circular. Si la luna gravita tranquila, yo también puedo hacerlo.
No hay tiempo, no existe. Pasan horas como minutos y minutos como horas. Con esto quiero decir que me he quedado gamba en el asiento.
La luna sigue mirando y antes de que pueda darme cuenta, aterrizamos. Tal es mi noción del tiempo que no sé siquiera cuánto ha durado el vuelo.
Arrive at the airport.
Vuelvo a juntarme con mis secuaces, esta vez para despedirme. Una cosa buena del retraso.
Salgo a buscarme la vida, a cazar algún autobús despistado fuera de hora y lugar.
Vestido rojo,
color frío, ensangrentado
son mis venas, tus costuras,
negro azur en verdes prados
llevo encima tus pigmentos
de tela roja, terciopelo
en este cuerpo que, desnudo,
viste tules sin saberlo
por las telas de mi mente
fluyen ríos de sudor, de escarnio
susurros del mar
y palabra viva de amor aciago
la etiqueta del vestido
rogando, reza a un dios prestado
que la ninfa blanca que el vestido oculta
esconda el cuerpo
silencie el llanto